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Archive for February, 2018

— I —
Suena una canción de la Sonora Santanera, esa que habla de amores de prostitutas, y luego una de Eddy Gormé, seguida de una de Bienvenido Granda. Es el preámbulo de lo que vendrá. Soñaré con mi madre. Madre-Muerta-Larva yace en su habitáculo a media luz. Muerta en partes, por episodios; podrida un poco cada día. Abraza a I. muerto pudriéndosele entre las patas. Cayéndosele a ambos el poco pelo que les queda. Sus caparazones opacos no pueden compartirse brillo. Ella ha formado un capullo con su baba milenaria. Ha mudado de exoesqueleto. El de él, mi hermano menor, no alcanzó a endurecerse y ahora es traslúcido. Lo arrulla bisbiseándole igual que los grillos. Al contacto  del sonido con su piel rugosa, mi I. querido se va hundiendo, aplastándose con el peso de las vibraciones…

— II —
Resignado hago fila, detrás de mi hermana V, quien ha sido dispuesta para la ocasión, hermosas sus extremidades, sus pelos urticantes; su miles de ojos pueden observar la historia infinita de nuestra especie: antes, ahora, en el futuro, en todos los hubiera posibles. Pero no funcionan hasta que mi Madre-Muerta-Grillo los toca con su lengua de popotillo. Los liba de su ceguera, uno a uno. Ella recibe el don y se larga, pavoneando su saber frente a mi estupidez silenciosa. Odio la inocencia de los menores, que nada temen, todo tienen. Mi otra hermana, CT, se yergue bichosa, poderosa, con sus tres cabezas. En un instante pasan toda nuestras vidas:
Ella se recuesta en el regazo de mi Madre-Muerta-Larva, sobre lo que queda de la piel de I., y al lado mi Padre-Escarabajo-Errabundo espera a que todo muramos, como marcan los cánones, para engullirnos, aunque eso nunca sucederá. Lo sé.
CT abre su diminuta bocaza y entonces sucede la maravilla. Madre-Muerta-Larva “conecta” con ella. Debo reconocer que ese momento, aunque no es mío, lo recordaré hasta el último de mis días: La conexión de la que hablo es un túnel cósmico por donde pasa toda la sabiduría de mi progenitora. Se multiplica en varios canales, y generan una luz negra que lleva de ida y vuelta remolinos de conocimiento de éste y otros planos, de éste y otros universos.
Exhaustas ambas se miran y lloran. Se despiden, se aman, y ese amor las reivindica…
— III —
Mi azoro no tiene parangón. Mi impaciencia tampoco. Me acerco como un paje. Tirito. Sin más Madre-Muerta-Larva me succiona desde la mollera. Dispuesta a conectarse conmigo pero no lo consigue. Asustado me separo, cortando el intento. Me atenaza del cuello, me levanta y mis pares de patas se separan de mi cuerpecillo que para ese momento ha dejado de ser tal. Me acerca hasta que puedo oler su aliento amoniacal. Escudriña mis pensamientos.
Amorosa me aleja de su presencia sin soltarme. Sobre el abismo que se abre debajo de mí me sostiene en vilo, en tanto que me arranca las alas. Excreta algo que me baña y que recuerdo muy apenas, es nuestro idioma antiguo: Dice que me saldrán alas nuevas, patas, que aprenderé, que debo hacerlo, que así lo cree, que soy al que más ama, y por eso hará lo que enseguida:

Me arranca la cabeza que al caer al hueco infinito, mira la escena desde abajo y con rafagueos veloces. Antes de tomar consciencia de que me desgarrará, lentamente, la recia tempestad que me reclama, voraz, tengo un último pensamiento: Cuántas veces más se repetirá esta experiencia, ya llevo 45 años, 45 veces en una misma vida…

Y me suelta…

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Recontar 45

uNo

IO rodeado de mis amigos. Una vela ondea su larga flama que consume oxígeno con calma y resiste mi primer aliento, pero no el segundo. Aplausos. Cumplo 5 años. Para mí ese cumpleaños ha sido iniciático, pues desde entonces abrazo olores, sabores, texturas, recuerdos. Cantamos una canción en cuya letra, hasta entonces, no había puesto atención. Habla de un Rey llamado David, quien desde un sitio perdido en el tiempo me canta, igual que éstos que hoy me acompañan, a mí, muchacho bonito… Quien me mire de frente, como yo mismo lo hago ahora, puede notar en mis ojos un brillo que puede ser síntoma de felicidad. Mis dientes de muchacho bonito son los de un ratoncillo, acordes con mi cara lunosa, rematada en una frente amplísima; el cabello lacio —me encantan sus rulos, creo escuchar a alguna adulta referirse así de mi corte de Príncipe Valiente—. La cara de mi madre se ilumina de orgullo. Una luna creciente, en una luna llena. Apenas la veo, sus facciones son tan parecidas a las de mis hermanas, pero más blancuzca. El pastel debió ser de pan de vainilla con mucho chantilly, que desde entonces me ha gustado. Tengo muchas ganas de hincarle el diente. Benita, mi abuela, habrá cocinado un atole de masa, pero creo que no la veo. Visto un pantalón de peto con bolsa al frente. Playera con alguna imagen de caricatura. Mis zapatos lucen gastados. Mi padre no se encuentra, pero creo que no lo extraño, ni sus manotazos o gritos a mi madre, ni sus amorosas palabras a mí con su aliento alcohólico. Voy al kinder que se encuentra a dos casas de la mía. Mi maestra se llama Teté y un día pasará de profesora a “enfermita”. Mi madre dirá que fue porque nunca tuvo hijos. Y al escucharla pienso que si eso pasa tendré no uno, sino varios. No vaya a ser el diablo. Mi incipiente prognatismo y esa manía que tengo de morderme mi labio superior me gana el apodo que ya desde entonces mis primos, maloras, me aplican Abuelo. Abuelo, Abuelo. Al principio no lo entiendo, pero cuando al fin me entero, me desagrada. No es que no quiera envejecer pero mi única referencia de vejez es mi abuelo Adrián, y no, no quiero ser como él, ni en esta, ni en otra vida. De mi padre tampoco hablemos.

 

DoS

Cuando cumplo 10 estoy en quinto de Primaria. Lejos quedaron mis ocho —época en la que todo me pasa, según mis relatos de mi niñez—. Me han cambiado de escuela. Ahora voy a otra de nombre Leona Vicario. Tengo amigos nuevos: Lalo, Juan Carlos, José Luis, Felicia. Me gusta una niña de piel blanquísima. Del nombre no me acuerdo. Su pelo es tan negro como la coladera de la esquina ceca de mi casa, en donde un día tiraré a La Pantera; tan negra como el tono de la mancha que forman miles de ratas, la cubren para devorar su cuerpo. Embobado la miro sin que ella se dé cuenta, pero no la sigo. Le he llamado una sola vez “Linda Carter”, como piropeándola, pero ella me ha lanzado la peor de sus miradas. Frío, guardo silencio y me alejo lentamente, sin alcanzar a entender tanto desprecio. Desde entonces elaboro frases que podrían gustarle pero que nunca le digo para evitar un dardo más salido de esos ojos de hielo. Las cosas no marchan bien en casa. Aún soy de “chocolate” para comprender todo o que vivo. Me desmayo y lloro, rezo, imploro cada sábado porque los diablos de mi padre se embrutezcan tanto como su cuerpo. No sucede. Mamá me festeja, creo. Por esa época vivo mis últimas noches de terror. Descubro cómo neutralizar el pavor acumulado. Es fácil. Sólo tomo el control de la soñisca y la evaporo con estas simples palabras: Esto es un mal suelo, y la repito como mantra. A veces tardo más, a veces menos, pero ya funciona. La maestra Paty es gentil, educada, joven. Es morena de pelo rizado, boca grande. Me agrada. Al final de cursos me entregan un reconocimiento de aprovechamiento. La cara de Lulú de nuevo expresa alegría infinita. Un año más tarde saldré de esa escuela e iniciaré el camino a la pubertad. Conoceré la boca ajena, la lengua ajena, y tendré mis primeras erecciones, el amor.

TrEs
El CCH es mejor de lo que creía. En la televisión transmiten una telenovela titulada “Quinceañera”. Tengo unas primas que viven en la misma colonia que me llaman así, divertidas. Yo me río. Mis amigos Chato, Betín, Eddie y Pepe se han cambiado de casa y les pierdo la pista. Cada quien toma su propio rumbo, pero los encontraré de nuevo más tarde. Atravieso mi adolescencia con dignidad. Con las calenturas y malmodeces que la caracterizan. Me hermano con Ismael, Paco, Vero y otros con los que comparto de todo. Luego vendrá Nacho, Orestis, Barry. Estudio por una feliz inercia. Nadie me exige que lo haga, pero sé qué “quiero ser” desde los ocho años, y para ello debo cruzar esta etapa, la universidad y luego ya lo que hago desde hace años. Novias no, besos sí, muchos. Mi sexo expuesto, mi sexo lamido, mi deseo correspondido. Mi casa deshecha por le enfermedad de mi padre. Un poco después de los 15 años. Nunca más volví a saber de Juanita, mi primera novia. En ese lejano 1988 soy chambelán dos veces, de Mary y Erika. Descubro que me gusta bailar. Salgo a las discos; brincos y más brincos. La vida marcha con su lento pasar. Mis padres están más preocupados por sus problemas y en obligar a mi hermana mayor a que estudie, y como a mí no me gusta meterme en problemas, nadie se mete conmigo. Voy y vengo, libre. No pasara mucho antes de que el mal de mi padre lo colapse. Un año después llegaré a tomar terapia. Dejaré la escuela y empezaré a trabajar. Poco a poco me internaré en ese bosque que puede ser la vida.

CuAtRo
A los 20 años uno supera muchas cosas, y empiezas a medir tus alcances, pero no tienes las suficientes herramientas para sortear las dificultades, al menos no lo haces indemne. Mesereo y pinto con mi abuelo. El círculo crece y se achica. Nos hemos mudado de casa. Mi madre trabaja y mi padre se hunde en sí mismo. Mis hermanas crecen. Una de ellas se casa y concibe a su hijo. Mi padre pierde la vista. Hospitales, médicos y atención, nada puede ayudarle. El diagnóstico es devastador: Su ceguera será progresiva. Ya he reencontrado a mis amigos-hermanos chato, Betín, Eddie y Pepe. En el camino me hice de Nacho, Orestis y Barry. Le empiezo a tomar gusto a la soledad, y a la responsabilidad de cuidar a mi familia, como puedo. El trabajo me deja poco tiempo para distracciones. En muchos sentidos camino solo. No, no me gusta quejarme. Aprendo, conozco, libro, enfrento, confronto, eludo, vivo chingao! Sólo así suceden las cosas. Leo, y mucho. En mi nuevo barrio me miran con recelo y burla de que llevo libros a todos lados. Soy grande y he adquirido un gesto un poco feroz que me aleja a los abusones. Regreso a terminar la inconclusa escuela. Entraré a la universidad. Sí, la sonrisa de luna creciente de mi madre me acompaña. Rubén Morales nos enseña a Pecas y a mí a manejar en un vocho amarillo. En Aragón hacemos pininos. Pecas aprenderá a trabajar de noche, y en la noche será consumido. IO aprenderé que un secuestro te asesina un poco de la esperanza y totalmente la juventud. Sobrevivo como puedo a un día negro. En la Facultad Gaby viene a transformarlo todo. Un fuego me recorre cada que estamos juntos. Un fuego que no se extinguirá más nunca. Uno que compartimos de mano a mano, de beso a beso. A veces me hundo en la cauda de su pelo, a veces en sus sueños. Escribo sin descanso, a borbotones. Frente a mí, la página en blanco es una presa a la que devoro a dentelladas. Pero Gaby y IO somos unos críos. Por ello, y por tontos, tomamos decisiones incorrectas que nos separarán años. Mi padre ha logrado salvarse a sí mismo. Ya casi no recuerdo esa noche en que lo hallé al borde de la locura, muriendo lentamente, consumiéndose solo. He olvidado que un día estuve frente a él y le pedí que dejara en paz a mi madre, de una buena vez. Lo que no recuerdo es su frase: Ay Miguelito ya creciste. Está bien, dile a tu mamá que hasta aquí llegamos. El episodio me lleva a otro, uno anterior: Orestis preguntando: “¿Quién quiere trabajar cabrones?” IO, respondo. Es de mesero, ¿qué sabes de eso? Nada pero aprendo rápido. El giro de la vida. Los Panchos, Barry, Robercop, Gustavo. Nombres que no se olvidan. He crecido sin darme cuenta. Sin quererlo. De Vero vuelvo a saber poco, pero la buscaré cuando ande por su casa, de Paco ya poco y de Ismael un poco más, pero más de su hermana Silvia. Angela rota vuelta a pegar o para ser más preciso, vuelta a batir. Se suma a la reconstrucción de mi padre. Me enseña el camino, uno que ella tomó. Ciego él, reconvertido en otro me lo regresan, o para ser más preciso, se lo devuelven a la humanidad.

cInCo
Detrás de ese salón de poca monta estamos Orestis, Barry y IO. Fumamos. Cierro los ojos antes de responder. Me voy a casar. He concluido la universidad, me he casado y tengo un hijo. El matrimonio se complica hasta el exterminio. Me aferro y busco soluciones que si se buscan en solitario no funcionan. Solo en la lucha termino por aceptar que el amor no es esto, que no quiero batallar más una lucha perdida. Hay cosas insalvables y herir al otro con acciones irreflexivas, aún cuando el amor no existe más desde hace mucho, es una de ellas. Mi niño Baruch tiene cinco años de edad, y dirijo baterías ahora para verlo y buscarle, convivir con él. Demandas por un lado, por otro, exhortos, denuncias, todo para estar con él no evita la alienación de la que es presa. Jueces van, terapistas vienen. El silencio. La venganza. La indolencia, la violencia, la vulneración de sus DDHH. El castigo. Maldigo. Tras un levísimo intento, que únicamente sirve para ratificar la decisión, decido sostenerme. Nunca más volveré a ver a la madre. En varios sentidos es una década perdida. Mi hermana menor ya tiene un crío. Sufre igual que todos. Mi madre muere consumida por su propio cuerpo, convertido en líquido. Se ahoga, literalmente. Una noche se despide de su hogar, de mí, de los suyos. Nacho me ayuda a llevarla cuando todo es silencio y obscuridad. Madre entra al hospital a sabiendas de que no tiene remedio. Pasan horas, días hasta que un 19 de octubre del año en que aún tengo 27, muere sosteniéndole la mano a mi hermana mayor. Hace poco murió uno de sus hermanos, Bube, y una amiga que la conoció, y que la quiso bien, describe lo que se perdió con su partida: “Se murió mi comadre y todo se acabó”. Mamá Martita entra en mi auxilio. Me arropa, me guisa, me sostiene. Mis primas-hermanas me buscan, mis amigas Alice, Ruth, Gina, me abrazan. Sobrevivo de nuevo, incluso a mí mismo, quien con 30 encima busca exoesqueleto nuevo.

SeIs
Una boda, la de Ruth, define de nuevo mi vida. Conozco a quien será la madre de mis hijos Sofía y Mateo. Uno, dos, tres, cuatro hasta llegar a ocho años. Termina antes. Con cada nacimiento, mis hijos me han hecho sentir poderoso. Dicen, y yo lo confirmo en carne propia, que si quieres conocer a tu pareja, divorciate. El rompimiento resulta una terrible experiencia. Antes pierdo la brújula. Una cáscara mía, la más expuesta al mundo se me pudre, no sin mi ayuda, y con ella yo mismo más adentro. El trabajo toma su justa dimensión. El mercado laboral se cierra, igual que las relaciones. Los empleos numerizan a todos, y yo no me salvo. Eres un sobreviviente, dice Jorge. Es verdad.

sIeTe
Desde hace muchos años decidí que escribir sería mi razón de ser, y en esas ando. Habito el corazón de Gaby, y ella el mío. Presumimos nuestra familia compuesta. Lo que somos, en lo que nos hemos convertido ella y yo desde que decidimos quitarle la pausa a nuestras vidas y continuar nuestro camino compartido. Sonreímos agradecidos con el universo pues al fin nos hemos hallado, y coincidido, y lo hacemos gustosos de disfrutar una lluvia niña, un frío viejo, un viento lejano, una taza de luna, de sol; solazándonos sobre una cama de pasto, retratando las nubes, a sus hijos, los míos, los nuestros. A ambos nos han crecido escamas nuevas. Por las noches libamos nuestros cuerpos, nuestros anhelos; lustramos nuestras garras, las alas, tejemos nuestro rumbo. He retomado mi centro. Recuerdo a un Miguel que le contaba a su padre ciego: No me gusta éste en quien me he convertido. Y también recuerdo lo que hace no mucho le decía por teléfono. Te llama la mejor versión que tu hijo sido jamás. Me ha tomado 45 años entender qué es el amor, la felicidad. Soy feliz, y por esta vez quiero que me perdonen los muertos de mi felicidad. Eso de lo que hablo es esto que nos pasa todo el tiempo: intercambiar la flama de nuestro interior de mis manos a las suyas, de mi entraña a la suya; con cada beso, con cada aliento… Eso…

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I

Soy un científico, ni loco ni cuerdo, ni sabio, ni imbécil, digamos promedio, de esos que no cambian el mundo, pero con la esperanza de lograrlo un día y pasar a la posteridad, de los que no descubren mucho más que algo que ahora sostengo en mis dedos: una máquina y una píldora que trabajan al unísono con el objetivo de lograr que la humanidad, toda, sueñe al mismo tiempo y todos esos sueños puedan ser concentrados en uno sólo.

Además tengo un plan: conseguir que en ese mater-sueño (tengo mi propio marco teórico claro está) podamos construir un beta-mundo, no, mejor dicho, un beta-universo mejor,  porque este ya está hecho una mierda… sea lo que eso signifique…

Pero tengo que resolver varios problemas a las variables propias de un proyecto de esta envergadura: qué laboratorio va a  fabricarlas, y qué empresa logística va a distribuirlas, y qué medios difundirán el hallazgo y convencerán a todos a beberlas; coordinar a todos los seres humanos para que las traguen y duerman al mismo tiempo; pero antes hacer las pruebas necesarias para sincronizar exitosamente píldora y concentrador-soñístico…

Pero ¿y si el mundo no quiere hacerlo o no cree que eso sea posible?… La gragea en mis dedos empieza a desmoronarse y veo que tiene poca consistencia… se desvanece en un líquido que no puedo asir… una sacudida me estremece, abro los ojos, incrédulo, triste desesperado…

II

Esta mañana desperté tratando de recordar un sueño inasible; algo en mí me dice que hallaba algo, pero no sé qué…

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Escape

Un hombre me persigue.

Puedo escuchar su respiración.

Imagino que es un gigante.

Me hiela pensar que me alcance.

Por su tamaño intuyo que podría aplastarme.

Escucho sus pisadas de Pie Grande.

El corazón se desprende de toda conexión, y se multiplica en miles de fragmentos que me producen millones de pequeñas explosiones.

Segrego un sudor hediondo que al contacto con el aire me corta.

Por momentos siento que puede tocarme.

Soy un desamparado de mí.

Lloro.

Maldigo.

Imploro.

Amenazo.

No quiero voltear, no debo.

¿Por qué me sigue?

No paro, no quiero detenerme, prefiero seguir hasta morir en la fuga que quedarme a ver mi propia destrucción.

Siento un mareo.

No puedo pensar.

Mi piel trémula, mis pulmones se cierran.

Tendré que detenerme.

Jadeo.

Puedo escuchar cada sonido que produce mi cuerpo:

el torrente sanguíneo, el oxígeno entrando por mis alvéolos, la mierda recorriendo mis intestinos.

 

Caigo de bruces.

En cuatro patas.

Un milisegundo.

Eso me monta.

Me corta la piel, me transmina.

Soy una roca que expulsa la tierra con un terremoto.

No siento nada.

Mis oídos están aturdidos por la sinfonieta de mí mismo.

Una voz que reconozco me habla, pero no entiendo, viene de muy lejos.

Alcanzo a desmenuzar sus vocablos:

“Soy tú, eres yo, somos el mismo, uno; ayer, hoy, mañana; unidad trozos añicos no puedes no luches”…

 

Caigo con todo mi peso.

 

No puedo hacer más.

Me pierdo en la sensación de haberme alcanzado.

No hago nada.

Tengo sueño.

Mis ojos caen de sus cuencas.

Trato de atraparlos antes de que caigan al suelo y se sequen.

No lo logro.

Mis Huesos.

Mis órganos.

Mis sistemas se hacen polvillo de hojas secas.

Quiero dormir, soltarme, dejarme ir…

Y lo hago mientras el viento silba una canción melancólica al atravesar las ramas del roble en el que pretendí, iluso, resguardarme…

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