Esa mañana escuché las palabras del médico como si se las dijera a otra persona que no era yo, a lo lejos, obnubilado por el pánico: “Hay posibilidades de que algo salga mal y se pierda el producto”. Escuchar la palabra “producto” me hizo reaccionar, y pensé en voz alta: “Es un bebé y tiene nombre: Mateo Patricio”.
Entonces, después de unos segundos, aún turbado, el doctor me reiteró la advertencia: “El bebé podría morir, firme aquí”. Y firmé.
Podría describir lo que aconteció de esta manera: las siguientes horas las floté en la sala de espera del hospital sobre las alas de un animal espinoso, rugoso, encabritado; una especie de quimera de cuerpo serpentil, lomo puercoespínico y fauces de tiburón.
Nunca dudé que Pato —como le llamo— saliera avante. Finalmente, los médicos me dijeron que todo había salido bien, que era necesario reposo absoluto, y así ocurrió. Siempre estuve presente para él, su hermana y su madre, e hice todo lo que tenía que hacer porque creí en ello.
Mi madre me contaba que de todos sus hijos —fuimos cuatro—, yo fui el más enfermizo, quizás por eso me consentía mucho más, me consideraba el más débil, y yo trataba de corresponder a su amor protector tratando de no fallar nunca, aunque no siempre me salía bien; cuento eso porque en ese punto Pato y yo coincidimos.
Patito —así también le llamo— resistió la operación, tanto que como suele hacerlo ahora a sus 12 años que hoy festeja, transforma lo negativo en una ventaja, de tal manera que el cerclaje que le hicieron a su madre se convirtió en una coraza que tuvo que ser retirada el día del parto, una vez llegado el momento.
PD: Este es un mensaje para ti Mateo Patricio González Ruiz: Somos sumamente parecidos en muchas cosas, sí; sin embargo, son más nuestras propias particularidades: tú guardas en ti una fuerza indestructible, que te pone por encima de tus propias limitaciones; te ha tocado luchar contra la adversidad desde antes de nacer, y yo lo hice hasta después, por lo tanto en ese terreno me llevas ventaja; eres tú mismo pero mejorado, nunca lo olvides, posees un espíritu imbatible y una alegría que contagia e impulsa a los demás.
En su libro “Los hombres que dispersó la Danza”, Andrés Henestrosa, escribe: “Cuando yo era niño, porque yo también he sido un niño, recorrí muchas leguas de playa esperando ver a la sirena del mar; pero me faltó virtud”… algo que tú sí tienes hijo.
Feliz cumpleaños Pato pequeño gran guerrero. Te amo doceañero…