Éste mundo termina aquí, dijo él.
Pero aún falta mucho por ver, respondió ella.
Sí, pero hasta este punto llegamos.
Enseguida la tomó de los brazos y la acercó al precipicio, para que atisbara.
Ella miró silenciosamente ese lugar infinito, que desde ese punto le ofrecía una entrada a lo desconocido.
Ninguno sintió.
Ni miedo.
Ni rabia.
Ni tristeza.
Nada.
Después de escuchar un lugar común, de esos que uno pronuncia en momentos como ése, él se arrojó sin vacilar, liberado.
Sin ayes, ni gritos innecesarios.
Únicamente el aire rasgado sin final.
El Rumor de las nubes golpeando la montaña.
Silencio.
Entonces la mujer echó un vistazo a la nada.
Dudó, como siempre lo había hecho.
Claro, hasta aquí llego yo, pensó, aliviada.
Sonrió, feliz.
Enjuagó sus lágrimas, frías, y enrumbó sus pasos hacia lo conocido…
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